Cada 18 de agosto, Chile recuerda al padre Alberto Hurtado, santo y profeta que sigue siendo profundamente actual, más allá de su pascua hace ya 73 años. Su testimonio, acciones y escritos son una memoria viva que, en este Mes de la Solidaridad, vuelve a interpelarnos con fuerza.
En un país herido por la polarización, la fragmentación, la violencia y la desconfianza, el legado de san Alberto es reflejo de la luz de Jesucristo, que nos invita a reencontrarnos con lo esencial: la dignidad del otro, el bien común, una esperanza activa y no ingenua.
El Padre Hurtado no habló desde el resentimiento ni desde trincheras ideológicas, sino desde una fe encarnada en la historia. Su célebre pregunta, “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”, sigue siendo un llamado a mirar la realidad con los anteojos de Jesús: una mirada de misericordia, esperanza y compromiso con la humanidad, especialmente la más herida.
San Alberto no separó jamás la oración de la acción. Su espiritualidad brota del Evangelio y se traduce en obras concretas: en defensa de los pobres, los trabajadores, los niños, los descartados. Una espiritualidad de la solidaridad que transforma la mirada y el corazón para amar y servir, con compromiso real y fecundo.
Como Iglesia en Chile, su testimonio nos alienta a buscar comunión y acuerdos, por el bien común, especialmente de quienes más lo necesitan. Que este Mes de la Solidaridad nos mueva a todos y a cada uno, como lo hizo con el P. Hurtado, a ser desde Cristo, un “fuego que enciende otros fuegos” de esperanza en medio de la oscuridad, que a veces se percibe en el corazón personal y colectivo.
Arzobispo de Antofagasta
Vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Chile